POR VERÓNICA KLINGENBERGER - Periodista - @vklingenberger
Es la madrugada del martes 30 de octubre del 2007. Aún con legañas y tufillo al champagne de la noche anterior, Cristina Fernández de Kirchner se levanta con una llamada telefónica que hace temblar a su esposo. George Bush está del otro lado de la línea. Ella se limita a escuchar las felicitaciones del entonces mandatario gringo y posiblemente fantasee –cosas del poder y sin decir palabra por supuesto– con una posible reconciliación con Estados Unidos. Al colgar, la primera mujer presidenta electa de Argentina se pone a leer los diarios. Dicen que es lo primero que hace al despertar, además de chillarle a todo aquel que se atreva a cuestionarla.
Primero el Washington Post: “Isabel Perón asumió el gobierno en 1974, presenció una catástrofe económica y una virtual guerra civil antes de ser depuesta en un golpe militar… Pero, Argentina –y el partido peronista de la señora Fernández de Kirchner– todavía no han aprendido las lecciones de la historia del país. Eso puede hacer los próximos años más turbulentos”. El New York Times también es demoledor y califica su campaña como una “ceremonia de coronación”, más centrada en su imagen que en los problemas del país.
Hay otra anécdota que la pinta de cuerpo entero. Los reyes de España y los Kirchner están a orillas del glaciar Perito Moreno cuando un grupo de periodistas empieza a gritar: “¡Reina, reina, por favor, unas palabras!”. Sofía sonríe sin voltear y Cristina aprovecha la oportunidad para encararlos: “¿Cuál reina?”, les pregunta, “¿cuál de las dos?”. Por cosas como esa muchos la reconocen como la mujer más poderosa de Argentina. La única biografía autorizada por ella lleva el título de Reina Cristina.
¿Cómo esta adicta al botox y a las carteras de diseñador está por retomar el poder de la mano de su candidato, el peronista Alberto Fernández? La respuesta es simple. Medio Argentina la idolatra (incluyendo a todo el establishment culturoso), y si un país sabe de idolatrías es ese. A pesar de los cargos que enfrenta por asociación ilícita, lavado de dinero, encubrimiento y administración fraudulenta, la mayoría de los argentinos es peronista y, como peronistas, emocionales. Volver es su lema, “¡volvé Cristina!” le grita una multitud después de que su partido arrasara en la primarias el pasado domingo. Y aunque ella solo aspire a la vicepresidencia, ya sabemos lo que se viene. Ay Macri, ¿cómo pudiste reaccionar tan tarde?
La K es un animal político y está muy consciente de sus fortalezas y del poder emotivo de su historia personal: no todos nacen en la humilde casa de una partera de La Plata, en una calle que lleva de nombre Eva Perón. Durante su gobierno, heredó la recuperación económica que logró su marido y la utilizó siempre como bandera. Apenas asumió el poder, hace 12 años, espetó irónica: “La novedad del cambio será seguir en la misma dirección”. Hace cuatro días dijo: “Que la gente vuelva a ser feliz, a tener trabajo, que los pibes vayan al colegio a estudiar y no a comer, que los jubilados se vayan de la farmacia con la receta completa”. Eso es lo que vuelve. O lo que revuelve a más de uno.
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