POR VERÓNICA KLINGENBERGER - Periodista - @vklingenberger
La corrección política necesitaba la sacudida de un comediante negro y lisuriento de 1,83 metros, vestido con un mameluco de aviador en un teatro de Atlanta (el humor está también en los detalles). Dave Chappelle ha vuelto con Sticks & Stones (Palos y Piedras), su quinto y más reciente especial en Netflix, y lo ha hecho como el kamikaze que es: con la pata en alto y sin pedir permiso ni disculpas. ¿Un ejemplo? Va con advertencia de apto solo para adultos: el comediante empieza el set hablando de que este es el peor tiempo para ser una celebridad y recuerda a Michael Jackson. Dice que el pobre tipo ha estado muerto por 10 años y aún así ¡tiene dos casos vigentes! Lo que lo lleva a reflexionar sobre el “asqueroso” documental de HBO, el mismo que nos recomienda no mirar y de cuyas supuestas víctimas se ríe abiertamente porque no les cree y por lloronas. Es de llegar a extremos como este: “Sé que la mitad de la gente de esta sala ha sido abusada. ¡Pero no por el maldito Michael Jackson! ¡A este niño se la mamó el Rey del Pop!”. La broma es jodidamente buena pero da miedo reirse, ¿no? Bueno, esa es la cuestión con Chappelle. O te ríes o no. Y si no lo haces, asume tu responsabilidad: “¡Tú fuiste quien hizo clic sobre mi maldita cara!”, nos espeta desde el otro lado del televisor.
La crítica no se lo ha tomado tan bien. Tampoco la comunidad LGBT, las feministas del #MeToo, las viudas de Anthony Bourdain y un largo etcétera, que se han sentido ofendidos o decepcionados. Chiste repetido, dicen los más valientes. Los indignados se cruzan de brazos con el ceño fruncido y los labios apretados. La respuesta de la audiencia, en cambio, ha sido una carcajada liberadora –al menos, eso es lo que se ve en pantalla–, aún cuando a pocos minutos de empezar nos haya regalado una imitación de nosotros mismos nada halagadora. Básicamente nos parodia como ese sujeto moralmente superior que tarde o temprano va a perseguirte por cualquier error que cometas en tu vida. Y justo en ese momento, el mejor comediante de nuestros tiempos pone las reglas del juego sobre la mesa: él es el conche y todos los demás vamos a ser acribillados con su escopeta de perdigones. No hay lugar para los débiles. No nos va a pedir perdón. Te ríes y la pasas bien. O te vas a llorar al río.
Así, durante casi una hora, Chappelle despluma uno a uno a todos los bienpensantes de nuestros tiempos, esos que abundan en las redes sociales. Y se las ingenia para desplegar una riquísima gama de grises en un mundo demasiado negro o demasiado blanco. ¿Otro ejemplo? Ok, el último. Esta vez es sobre el aborto –ese es otro de sus méritos: se las ingenia para reírse de todos los temas serios del momento– y dice que no está a favor ni en contra. Pero que si algo entiende es que ningún hombre debería opinar al respecto. Es un tema exclusivamente de las mujeres, señala, y del derecho sobre su cuerpo. Pero agrega que de la misma forma en que la mujer decide interrumpir un embarazo o no, el hombre también puede decidir si quiere financiar la alimentación y educación de ese potencial recién nacido. “My money, my choice”, remata.
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