Jorge Sánchez Herrera – Nómena Arquitectura
Arquitecto/Urbanista
Hace un par de semanas nació nuestra segunda hija, así que mi esposa y yo hemos vuelto a las andadas: noches de insomnio, cambiadas de pañales y llantos imparables. Aunque ahora es distinto, casi no hay nervios ni incertidumbre. Por ejemplo, ya no llamamos al pediatra cada vez que la niña regurgita 250 mililitros de leche después de vaciarse una teta. Ya sabemos que todo pasa y que, lamentablemente, pasa muy rápido.
Dicen que se necesita una aldea para criar a un niño, y nuestras hijas tienen la fortuna de tener a buena parte de la suya muy cerca. Algunos de sus primos, tías y abuelos están a una llamada, a menos de tres kilómetros de distancia. Entonces nunca nos faltan manos de reemplazo, tampoco el almuerzo o la cena cuando en la casa no queda tiempo –ni ganas– para cocinar.
En algunas ciudades, fomentar la cercanía de las familias para el cuidado y soporte mutuo es política de Estado. En Singapur, se jactan de que más del 80% de su población ocupe viviendas “sociales”, con algún tipo de subsidio público. Claro que, como muchas políticas en Singapur, el criterio para obtener el subsidio no deja de ser polémico. Por ejemplo, solo pueden acceder a uno de los departamentos subsidiados parejas (heterosexuales) casadas o solteros que hayan sobrepasado los 35 años.
Uno de esos subsidios es el “Proximity Housing Grant”, que se podría traducir como “bono por la cercanía de la vivienda”. Para acceder a este bono, además de los requisitos antes mencionados, el departamento debe estar a menos de 4 kilómetros de distancia del de tus padres o hijos. Los bonos oscilan entre 15.000 y 30.000 dólares de Singapur, dependiendo de si eres soltero o casado, respectivamente.
Los ahorros económicos y, sobre todo, los beneficios sociales que traen estas medidas deben estar muy bien medidos por la Junta de Vivienda y Planeamiento de Singapur, que ya lleva 60 años implementando políticas de vivienda social en el país asiático.
Son innegables los beneficios que podríamos alcanzar al tener no solo a la familia cerca, sino también el trabajo, el colegio, el instituto o la universidad. Si bien en el Perú aún creemos en el mito de que el mercado de la vivienda “se regula solo” y no hay mayores políticas que orienten en dónde debe vivir la población, ¿no sería muy interesante pensar en un bono que nos incentive a vivir allí en donde nuestros desplazamientos diarios sean los más cortos posibles?
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